¿Qué hacer ante los nuevos tiempos?

¿Qué hacer ante los nuevos tiempos?

Comienzo por lo evidente, pero que muchos pasan por alto. Desde el 1898 Puerto Rico ha sido colonia del país más poderoso del siglo 20 y principios del siglo 21.

No debe extrañar a nadie, por lo tanto, que ante tal desproporción de fuerzas todavía Puerto Rico no haya alcanzado su liberación. Tampoco debe extrañar que muchos puertorriqueños y puertorriqueñas de la mejor buena fe hayan diferido en cuanto a los métodos para lograr nuestra descolonización y que hayan batallado por nuestra libertad desde diversas perspectivas y organizaciones.

Lo que sí es verdaderamente sorprendente es que, a la altura de la tercera década del siglo 21, todavía todos seamos orgullosamente puertorriqueños y puertorriqueñas. También debe llenarnos de orgullo que en comparación con otras luchas por la independencia en la nuestra ha prevalecido un clima de respeto entre prácticamente todos los luchadores por nuestra libertad. Esto contrasta con otras luchas libertarias donde muchos patriotas llegaron incluso hasta la confrontación y la lucha fratricida.

Este pueblo que hoy aquí se congrega es muestra de lo que acabo de decir, es una señal de los tiempos. Y, más aún, me atrevo a prever que el respeto, la fraternidad y la cooperación que hoy aquí se evidencia se multiplicará hasta culminar en nuestra libertad.

No tengo la menor duda de que la historia nos conduce hacia el puerto seguro de nuestra libertad. Y, en la noche de hoy, quiero explicar, en la forma más sencilla posible, el porqué de esa convicción absoluta sobre la liberación de nuestra patria.

II

El objetivo, la meta de los independentistas, -y, a la larga el objetivo de todos los pueblos-, es mandar en nuestra propia casa y establecer un sistema de plena justicia social.

La clave para el logro de ese objetivo ya nos la señaló el libertador Simón Bolívar. Nos dijo hace ya 2 siglos que “Dios concede la victoria a la constancia”.

Pero, el triunfo de la libertad no depende solamente de la voluntad, de la constancia y de la perseverancia de los que luchan. El triunfo depende, también, de que llegue el momento oportuno para hacer realidad esa libertad. Y esto es así porque los seres humanos hacen su propia historia pero en condiciones dadas y determinadas.

Hasta el día de hoy el independentismo ha tenido de sobra la constancia y la perseverancia necesarias. Lo que ha faltado es el momento oportuno. Y ese momento se acerca a pasos agigantados.

Nuestro pueblo es como un barco de vela cuyo destino es el puerto de su libertad, el puerto de la tierra prometida. Pero llegar a ese puerto no depende solo del esfuerzo y el tesón de sus tripulantes; también depende de los vientos, de las tempestades, de las mareas y de las corrientes marítimas que se tienen que enfrentar en esa travesía.

III

La historia de la lucha por nuestra libertad antes y después del 1898 confirma lo que les acabo de decir.

Bajo el imperio español, Puerto Rico, junto a Cuba, era la llave de Las Américas. Bajo el imperio americano ha sido el Gibraltar del Caribe.

Las tropas de los Estados Unidos no llegaron a Puerto Rico de casualidad. Invadieron sin consultar a nadie porque su dominio sobre Puerto Rico era necesario para defender sus propios intereses; particularmente sus intereses geopolíticos y militares. Desde Puerto Rico podían defender los accesos al Canal de Panamá –ya en planes de construcción- y podían, además, extender su dominio militar y económico sobre toda la zona del Mar Caribe y del Norte de Sur América.

Después del trauma del 1898, el patriotismo puertorriqueño, inspirado en el ejemplo del padre de la patria, don Ramón Emeterio Betances, se fue reconstituyendo bajo el liderato de don José de Diego. Ya para el 1913, 1914, el Partido Unión, que era entonces el partido abrumadoramente mayoritario, proclamó, como su aspiración suprema, la independencia de Puerto Rico.

En aquel entonces la voluntad libertaria de los puertorriqueños era clara, pero el momento histórico no era el oportuno.

Estaba en curso la Primera Guerra Mundial y Estados Unidos reafirmó ante el mundo entero su voluntad de dominio imponiendo en el 1917 la ciudadanía americana aún frente a la oposición de la Cámara de Delegados de Puerto Rico. Les recuerdo que no es casual que ese mismo año, ante la amenaza de Alemania, los Estados Unidos le compraron las Islas Vírgenes a Dinamarca. Los Estados Unidos no iban a poner en riesgo sus intereses militares y estratégicos en medio de una guerra.

Los vientos, las corrientes y las tempestades de la época desviaron el velero de nuestra patria de su rumbo hacia la libertad.

Fue entonces que don José de Diego levantó la consigna “Dentro del régimen, en contra del régimen”; y la lucha no cesó.

IV

La semilla sembrada por los patriotas del siglo 19 y principios del siglo 20 cayó en terreno fértil y ya para la década de 1920 surgió la figura mártir de don Pedro Albizu Campos como presidente del Partido Nacionalista.

Siguiendo la consigna de de Diego, don Pedro participó en las elecciones de 1932, en las cuales el Partido Liberal, heredero del Partido Unión, obtuvo el 44% de los votos con un programa de “la independencia a pelo”, como se decía entonces.

Luego de las elecciones del ’32, en la cual la gran mayoría de los independentistas optaron por darle su voto al Partido Liberal, don Pedro, convencido de que el método electoral estaba agotado, y proclamando que “la patria es valor y sacrificio”, optó por el método de la Constituyente y de la acción directa y revolucionaria. Su objetivo era claro: causarle una crisis a la colonia y obligar a Estados Unidos a reconocer nuestra independencia, tarea que el Partido Liberal era incapaz de acometer.

Ante el fervor y la militancia independentista de la década del ’30, en medio de la depresión y luego de la subida al poder de Hitler en Alemania en el 1933, los Estados Unidos ante el temor de perder su colonia, acudieron a su estrategia básica para mantener su domino: por un lado, la represión del independentismo; y, por otro lado, el incremento de la dependencia económica de los sectores más desposeídos de nuestro pueblo.

Por un lado “reprímelos”, por el otro “tírales con algo”.

Solo hay que recordar los Programas federales de la PRRA y la PRERA de la década del ’30, (con un presupuesto mucho mayor que el presupuesto de Puerto Rico). Y al mismo tiempo, la persecución inmisericorde al independentismo. El gobierno norteamericano y sus colaboradores en Puerto Rico sembraron el terror que culminó con la Masacre de Ponce en el 1937 en donde fueron acribillados 27 patriotas desarmados y heridos más de 100. En contraste,  debo decir que la Masacre de Boston, que precipitó la independencia de Estados Unidos, tuvo un saldo de 5 muertes (y los historiadores afirman que se dio a raíz de una trifulca de borrachos). Y, como si no fuera suficiente, luego de un juicio amañado, el gobierno de los Estados Unidos desterró a don Pedro condenándolo a 10 años en la cárcel de Atlanta. En ese juicio don Gilberto Concepción de Gracia fue abogado de don Pedro.

En la década de los ’30 se repetía la historia. Existía la perseverancia y la voluntad de nuestro pueblo, pero en el horizonte estaba la Segunda Guerra Mundial y Puerto Rico se tornaba nuevamente indispensable para los intereses geopolíticos y militares de los Estados Unidos.

Una vez más las tempestades, los vientos y las corrientes ajenas a nuestra voluntad desviaban el barco de su rumbo a la libertad. Una vez más, la voluntad y la constancia de los independentistas estaban presentes, pero el momento histórico no era el oportuno.

V

En el 1938 se fundó el Partido Popular, cuyos líderes predicaban la independencia a la vuelta de la esquina. Prometían que tan pronto acabara la guerra, se lograría la descolonización. Pero la Segunda Guerra terminó y no llegó la descolonización. Lo que llegó fue el viraje histórico del liderato del Partido Popular.

En el 1945, comenzó la llamada Guerra Fría. Y, una vez más, Puerto Rico se convirtió para los Estados Unidos en su indispensable bastión geopolítico y militar.

Fue en esa época que el liderato del Partido Popular, en colaboración con el gobierno de los Estados Unidos, instauró la colonia por consentimiento a la cual llamaron Estado Libre Asociado.

Nuevamente los vientos, las corrientes y las tempestades desviaron a nuestro pueblo de su rumbo hacia la libertad.

Pero, también entonces, en los inicios de la Guerra Fría, una vez más, el independentismo puertorriqueño respondió con firmeza y verticalidad.

El 20 de octubre de 1946 se fundó el Partido Independentista Puertorriqueño que optó por la ruta civil y electoral. Y, en 1947 regresó a Puerto Rico don Pedro Albizu Campos; y el Partido Nacionalista, cónsono con su método de lucha, optó por la vía revolucionaria, culminando con la Revolución del 1950 y su secuela en Washington, en Casa Blair y el Congreso.

La represión, comenzando con la Ley de la Mordaza de 1948 y la ola de terror que desató el gobierno de Puerto Rico, no conoció límites. Bastaba tener en el hogar una bandera de Puerto Rico para sufrirla. Se emitieron cientos de órdenes de arresto en blanco contra los nacionalistas y contra gran parte del liderato de base del Partido Independentista. Las palabras patria y nación se desterraron del vocabulario colonial. Don Pedro y el liderato nacionalista fueron nuevamente encarcelados y hasta se condenó a 20 años de cárcel a nuestro ilustre poeta, don Francisco Matos Paoli, por pronunciar 4 discursos.

Debo recordar que dejando a un lado cualquier consideración de cálculo electoral inmediato la Junta de Directores del Partido Independentista, presidida por don Gilberto Concepción de Gracia, aprobó por unanimidad en el 1950, una resolución que lee y cito textualmente: “Responsabilizamos al gobierno de Puerto Rico y al de los Estados Unidos por la persecución, el fraude y el ultraje a la dignidad del pueblo de la llamada constitución y determinamos consignar los sentimientos del más profundo respeto del PIP hacia los compatriotas que han ofrendado y están ofrendando su vida por la causa de la independencia”.

Esa época de terror a la que he hecho referencia se extendió por décadas. Baste recordar el infame régimen de las carpetas y los asesinatos del Cerro Maravilla, el de Carlos Muñiz Valera y el de Chagui Mari Pesquera, hijo del compañero Juan Mari Bras.

VI

Al mismo tiempo que desde los inicios de la Guerra Fría se perseguía y se reprimía a los nacionalistas e independentistas, comenzó la época de la “adoración del becerro de oro”, época que duró, por lo menos, hasta finales de la década de los años ’60.

Paulatinamente, Puerto Rico se transformó de una economía agrícola en una economía que dependía más de la industria liviana con capital importado de los Estados Unidos y que produjo en, aquel entonces, elevados índices de crecimiento. Esto fue posible gracias a la particular situación de la postguerra, cuando prácticamente no existía competencia de países extranjeros devastados por la guerra, y mediante una masiva emigración de puertorriqueños hacia los Estados Unidos.

Al mismo tiempo el gobierno desató una furibunda campaña antiindependentista y de exaltación de todo lo americano. Esa campaña llevó a un crecimiento inusitado del voto proestadista y a una merma de la fuerza independentista. Ya, para finales de la década del ’60, en el 1968, se eligió por primera vez un gobernador proestadidad. ¡Se sembró asimilismo y se cosechó asimilismo!

Desde entonces hasta el presente, ha gobernado en Puerto Rico el bipartidismo, alternándose en el poder el Partido Popular y el PNP. Ambos se convirtieron progresivamente en maquinarias políticas cuyo rol esencial consiste en la administración del presupuesto colonial y en donde la corrupción y el mal gobierno han sido la orden del día. Ese es el legado de ese monstruo con dos cabezas del bipartidismo que hoy padecemos.

Pero, también, hace ya casi medio siglo, se vislumbraba (y así lo anticipó el independentismo), una caída del modelo económico de la postguerra. La economía mundial se iba alterando radicalmente. Y, al comenzar a disminuir el crecimiento económico, el bipartidismo Popular y PNP acudió, por un lado, al incremento enorme de la dependencia extrema de fondos federales y, por el otro, al incremento desmedido de la deuda pública. Ya desde la década del ’70 estaba en pleno apogeo la época de los cupones y de la dependencia extrema. Demás está decir que esa tendencia ha culminado en el estancamiento económico, en la quiebra oficial del gobierno de Puerto Rico, y en una nueva ola migratoria que ha prevalecido por años.

VII

Pero, con el fin de la Guerra Fría en el 1989, los vientos y las corrientes de la postguerra y de la Guerra Fría que habían desviado el barco de su rumbo hacia la libertad, comenzaron a cambiar. Recuerdo como si fuera hoy, cuando al final de la Guerra Fría en una Asamblea de la Internacional Socialista en Berlín, se nos acercó su presidente Willy Brandt, {ex canciller de Alemania y aliado de los Estados Unidos}; Se nos acercó al compañero Fernando Martín y a mí y nos dijo: “Ustedes están empujando una puerta abierta”. Hombre de estado y reconocido estratega internacional, sabía de lo que nos estaba hablando, sabía reconocer las señales de los tiempos.

En el periodo del 1989 al 1991, los diversos sectores políticos de Puerto Rico y el gobierno de los Estados Unidos comenzaron a reevaluar el problema de las relaciones entre Estados Unidos y Puerto Rico. Para entonces ya era evidente que, ante las nuevas condiciones de la economía mundial, los instrumentos fiscales y privilegios tarifarios que se habían utilizado luego de la Segunda Guerra Mundial eran ya totalmente inadecuados e ineficaces. Se inició, entonces, un proceso de discusión en el Congreso de los Estados Unidos en donde se exploraron las diversas alternativas para el futuro de las relaciones entre Estados Unidos y Puerto Rico. Allí quedaron evidenciadas por primera vez las enormes dificultades a las que se enfrentaban las alternativas de la estadidad y del supuesto Estado Libre Asociado. Y, por primera vez, diversos comités congresionales concluyeron lo evidente, lo que siempre sostuvo el independentismo: que la independencia es una alternativa viable para Puerto Rico. El camino hacia la libertad, se comenzaba a despejar.

Desde entonces, desde finales del siglo 20 y principios del 21, han ocurrido importantes acontecimientos que nos dirigen inexorablemente hacia la tierra prometida. En muchos de esos acontecimientos el rol del independentismo ha sido determinante. Dicho de otra forma, el poder político del independentismo, es decir, su gravitación, su capacidad para afectar la realidad política, ha sido considerable.

La gesta de Vieques le causó una crisis política a los Estados Unidos que hizo posible su retirada de la base de Vieques y Roosevelt Roads. Debido a los nuevos desarrollos tecnológico militares Puerto Rico ya no era realmente necesario para los Estados Unidos como lo fue durante la Primera Guerra Mundial, durante la Segunda Guerra Mundial y durante la Guerra Fría. Pero, la Marina no iba a ceder hasta que se le causara una crisis política a los Estados Unidos; y, nuestro pueblo, encabezado por los viequenses y los independentistas, le causamos esa crisis.

Vieques demostró que la razón principal por la cual los Estados Unidos habían mantenido a Puerto Rico como una colonia desde el 1898, (la razón estratégica militar), se iba disipando.

Y, luego de Vieques, los acontecimientos favorables a nuestra descolonización se han multiplicado. Como consecuencia de Vieques, el presidente de los Estados Unidos, en una acción sin precedentes en nuestra historia, convocó a una reunión en Casa Blanca a los presidentes de los tres partidos puertorriqueños que representaban las tres alternativas de estatus, la estadidad, el ELA y la independencia. Allí propusimos la creación de un Comité de Casa Blanca para analizar las relaciones entre Estados Unidos y Puerto Rico. Poco después se constituyó el mismo y sus informes del 2005, 2007 y 2010 confirmaron con claridad diáfana que el ELA es un mero territorio, una colonia; contrario a lo que los Estados Unidos habían sostenido desde el 1953 en las Naciones Unidas. A esa posición de Casa Blanca se unieron posteriormente la rama judicial de los Estados Unidos, en la decisión en el Caso de Sánchez Valle, y la rama legislativa mediante la aprobación de la Ley PROMESA. No es de extrañar, por lo tanto, que en la Organización de las Naciones Unidas se hayan aprobado desde principios del siglo 21 múltiples resoluciones en donde se reconoce sin objeción que Puerto Rico –la última gran colonia que queda en el mundo– tiene el derecho a la libre determinación e independencia. A su vez, aquí en Puerto Rico, en el plebiscito del 2012 los puertorriqueños repudiamos la relación colonial.

La colonia del llamado Estado Libre Asociado ha quedado desahuciada tanto en Estados Unidos, como internacionalmente, como en Puerto Rico. Esto, por supuesto, no quiere decir que los colonialistas, tanto en Puerto Rico como en Estados Unidos, se quedarán de brazos cruzados. La inercia los favorece y el proceso de desplazamiento de los puertorriqueños, que se ha multiplicado tanto bajo el PNP como bajo el PPD, le da respiración artificial a la colonia.

VIII

Al día de hoy, y a la luz de esa historia a la que he hecho referencia, la pregunta fundamental que surge es la siguiente: ante una economía internacional globalizada, ante el repudio mundial al colonialismo y ante la voluntad anticolonial de los puertorriqueños, ¿cuál es la estrategia a seguir para lograr la descolonización de Puerto Rico? Ahora que el momento histórico nos favorece –ahora que los vientos y las corrientes nos favorecen-, ¿cuál es la estrategia que los independentistas debemos impulsar?

Nuestra constancia y perseverancia han resistido todas las pruebas. Y, ahora, repito, ahora que el momento histórico es el oportuno, ¿qué debemos hacer?

Lo fundamental que tenemos que tener claro es lo siguiente: los Estados unidos no van a enfrentarse a su obligación descolonizadora hasta que no se les cree una crisis política y se vean obligados a hacerlo. Vieques nos enseñó el camino.

Tanto el liderato del Partido Popular como del PNP han demostrado a la saciedad que son incapaces de crearle esa crisis política a los Estados Unidos. La prioridad de ambos es obtener el poder y administrar el presupuesto. El máximo liderato del PPD representa el inmovilismo colonial, y el máximo liderato del PNP utiliza la estadidad como un subterfugio para obtener el poder y luego no hacer nada efectivo para enfrentar a los Estados Unidos con su obligación descolonizadora.

Nuestro pueblo, sabia e instintivamente, reconoce esas realidades. El resultado de las elecciones del 2020 así lo confirma.

En las pasadas elecciones nuestro pueblo comenzó a repudiar el bipartidismo Popular Penepé. Los partidos del bipartidismo, que antes eran omnipotentes, obtuvieron en el 2020 -cada uno- solo una tercera parte del voto; y los partidos que se oponen al bipartidismo obtuvieron conjuntamente más votos que el PNP o el PPD. Son las señales de los tiempos. Baste recordar que el candidato a gobernador del PIP, el compañero Juan Dalmau, con su comprobado historial y carácter y bajo la consigna Patria Nueva, multiplicó los votos 7 veces, hasta llegar al 14%. Más aún, en las zonas metropolitanas obtuvo del 16 al 20% y entre la juventud más del 25%.

Y, por supuesto, queda abierta la posibilidad de acción concertada con otras organizaciones y sectores que tengan como objetivo acabar con el nefasto bipartidismo que padece Puerto Rico y que estén, además, comprometidos con un verdadero proceso de descolonización.

Ante las nuevas realidades que vive Puerto Rico y de cara a las elecciones del 2024, hay que trazarse como objetivo obtener el poder político para establecer una administración honrada y justa para encaminar un proceso que nos lleve a la descolonización de nuestra patria y para forzar a los Estados Unidos a reconocer su obligación descolonizadora.

Lo primero que hay que hacer es darse cuenta que nuestros adversarios no son ni los votantes populares ni los votantes PNP quienes han sido víctimas del liderato de ambos partidos. Nuestros adversarios políticos son el alto liderato de esos partidos y los grandes inversionistas que los financian. Lo segundo es impulsar una estrategia, un mecanismo, un procedimiento que le permita a los que todavía no son independentistas pero que respaldan la descolonización, apoyar a un gobernador de intachable historial independentista y a un gobierno comprometido con la descolonización y con la voluntad necesaria para forzar a los Estados Unidos a enfrentar su obligación descolonizadora. De esa forma, los votantes, aunque todavía no sean independentistas, podrán votar en las próximas elecciones por un candidato a gobernador independentista comprometido con un buen gobierno y con la descolonización.

Ese procedimiento, ese mecanismo, llámese Asamblea de Estatus o bajo cualquier otro nombre, sería una institución compuesta por delegados elegidos por nuestro pueblo en representación de las diversas opciones de estatus no territoriales y no coloniales; a los que creen en una asociación soberana con los Estados Unidos, a los que promueven la estadidad y a los independentistas.

Hay que dejar claro que esa Asamblea no es quien decidirá el estatus futuro de Puerto Rico. Eso lo decidirá el pueblo en votación directa. La Asamblea será el interlocutor indispensable y representativo para negociar con el Congreso de los Estados Unidos las condiciones y los procesos de transición de las diversas alternativas. De esa forma, en su día, nuestro pueblo estará en posición de decidir sobre alternativas reales y no imaginarias. Podremos, entonces, decidir entre la independencia, que es nuestro derecho inalienable, y las otras alternativas que el Congreso de los Estados Unidos esté dispuesto a ofrecer.

Al final de ese proceso llegará el momento de la suprema definición. Los independentistas aspiramos a convencer a los que todavía no son independentistas para que respalden la independencia. A su vez, los que promueven otras opciones de estatus tendrán igual derecho a promover sus respectivas alternativas.

Yo estoy firmemente convencido de que en ese momento de la suprema definición nuestro pueblo respaldará la alternativa de un Puerto Rico libre, democrático y soberano con relaciones cordiales con Estados Unidos y con todas las naciones del mundo: Una república para unirnos al mundo.

Debo decir además, que en cuanto a la alternativa de la estadidad tengo la firme esperanza de que muchos de nuestros compatriotas estadistas se darán cuenta de que la estadidad es un fantasma y un mito. La estadidad para Puerto Rico desde el punto de vista de los Estados Unidos es contraria a la naturaleza de la federación americana. Los Estados Unidos son y quieren continuar siendo un país unitario no multinacional. Pero más aún, la estadidad, constreñida por la camisa de fuerza de la uniformidad fiscal destinaría a Puerto Rico a una mayor dependencia. La estadidad nos convertiría en un gueto tropical. Y a fin de cuenta ya nos lo adelantó –no solo don Pedro- sino el senador americano Daniel Patrick Moynihan cuando dijo ante el Senado de los Estados Unidos, y lo cito textualmente: “…a fin de cuentas… ¿Quieren los puertorriqueños convertirse en americanos? Porque eso es lo que implica ineludiblemente la estadidad. Eso es lo que trae la estadidad. ¿O quieren preservar una identidad separada?”

Estoy absolutamente convencido que en su día la gran mayoría de los puertorriqueños y puertorriqueñas contestarán “ante todo, somos y queremos seguir siendo puertorriqueños y puertorriqueñas”

Ahora es el momento apropiado para impulsar una estrategia como la que he descrito. Estoy convencido de que lo podremos lograr.

Hay que salir de aquí con la firme intención de tocar todas las puertas y llevarle esperanza a todos los puertorriqueños y puertorriqueñas. Hay que seguir el mandato de Martí: “Mientras todo no esté hecho, nadie tiene derecho a descansar”.

Los independentistas siempre hemos sido sembradores de esperanza. Siempre hemos sido constantes y perseverantes. Hoy las corrientes y los vientos están a nuestro favor. El timón está en manos firmes y ya se avizora en el horizonte el puerto seguro de la libertad.

Como nos enseñó don Gilberto: ¡A la lucha y a la victoria! ¡Qué viva Puerto Rico libre!

 

Partido Independentista Puertorriqueño

El Partido Independentista Puertorriqueño se fundó el 20 de octubre del 1946 en la Gallera Tres Palmas en Bayamón bajo el liderato de don Gilberto Concepción de Gracia para luchar por la independencia de Puerto Rico y la justicia social.

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